TODO ES GRACIA

Me llamo Mª José y soy la madre de Laura. Escribo estas líneas para compartir nuestra experiencia en la PEJ. Éste es un testimonio peculiar porque voy a ser la voz de mi hija y porque, de hecho, es un doble testimonio.

Laura tiene 20 años y una pequeña parálisis cerebral. No tiene problemas cognitivos pero habla con dificultad y necesita ayuda para algunas tareas. De hecho, es una chica inteligente y sensible atrapada en un cuerpo que no le responde. Su vida ha sido muy diferente a la de la mayoría de los jóvenes de su edad, centrada en las terapias de rehabilitación neurológica y en su lucha para seguir creciendo y mejorando.

Siempre habíamos acariciado la idea de hacer el Camino de Santiago, uno de esos proyectos que corren el riesgo de convertirse en solo una ilusión. Por eso, cuando fuimos a Zaragoza a la acogida de la Cruz de los Jóvenes y escuchamos hablar de la PEJ a Don Carlos, nuestro obispo, nos propusimos participar. A medida que se acercaba el verano empezamos a concretar la preparación: estuvimos entrenando durante 5 meses, caminando más de 10 Km al día, preparando las catequesis que proponía la PEJ… ¡e incluso nos cortamos el pelo para agilizar el tema duchas!

Y, por fin, llegó el momento de partir. Ahora puedo decir que estábamos un poco asustadas por el reto físico que suponía el Camino para nosotras. Pero también estábamos ilusionadas y confiadas en que todo iría bien porque el Señor nos acompañaba.

Y empezamos a caminar. Cada etapa traía nuevos retos y sorpresas, cambiando constantemente: el paisaje, el silencio, las conversaciones, la soledad, la compañía…

El Camino fue duro porque mi ritmo era mucho más lento que el del grupo y, a veces, Laura tenía que esperarme. Sospecho que algunas personas creían que no lo conseguiríamos. La dinámica solía ser que empezábamos en la cabecera del grupo y terminábamos en la retaguardia. Pero completamos todas las etapas, caminando de forma más lenta pero constante, sin descansos, a veces formando parte del grupo, a veces las dos solas…

Durante el Camino, siempre cambiante, vivimos muchas experiencias enriquecedoras. Laura se sorprendía ante la belleza de los bosques (constantemente decía: «Es muy bonito») y disfrutábamos de pequeñas cosas como el aroma a menta silvestre o el canto de un pájaro aquí y allá. Pero, sobre todo, de la soledad y el silencio que invitaban a la oración…

Sin embargo, lo mejor del Camino fueron todas las personas que conocimos. Tal como se repitió en tantas ocasiones en las catequesis, Laura pudo experimentar el encuentro con Jesús en los rostros de los demás, en los jóvenes que se acercaban a nosotras y nos acompañaban un tramo del camino, hablando con ella de tú a tú, como iguales, con amor y sin paternalismo.

Para Laura la PEJ ha sido una oportunidad constante de crecimiento en la fe y en todos los sentidos. Ella, que vive en una situación de extrema soledad, ha podido descubrir, acompañada por tantos jóvenes, la belleza de la eucaristía diaria y ha podido participar en las preciosas catequesis en las que pudo escuchar mensajes que tanto necesitaba oír. ¡Y tantos momentos! La adoración al Santísimo, la oración de cada mañana, acompañadas por el relato de los discípulos de Emaús, los cantos, nuevos para ella, las reflexiones de los obispos que nos acompañaban, la vigilia en el Monte del Gozo, la celebración penitencial, en un entorno maravilloso y con tantos jóvenes, la generosidad de tantos sacerdotes…

Está muy agradecida por haber conocido a tantas personas que se han acercado a ella y guarda como un tesoro la cruz que le regaló Don Ángel Pérez, obispo de Barbastro-Monzón.

Y, si todo esto ha sido un regalo extraordinario para ella, además, ha tenido la oportunidad de participar en pequeñas actividades que para otros jóvenes son cotidianas pero que, para Laura, han sido una novedad: las adivinanzas y los chistes en el autobús, su primer concierto, los bailes en los patios de los alojamientos… ¡y las duchas en los polideportivos! Y ha cantado. Después de miles de horas de trabajo respiratorio, en Pontedeume, en las eucaristías… ¡ha cantado!

En cuanto a mí, siempre explicaba que Laura era la peregrina y yo «el apoyo logístico». Aunque, en realidad, en todo momento he sido consciente de que ha sido un regalo poder vivir esta experiencia desde una doble dimensión, como madre y como peregrina.

A lo largo del camino me sorprendía mucho oír a algunos jóvenes que se quejaban por el dolor o el cansancio. Y digo que me sorprendía porque no me sentí así en ningún momento. Al contrario, estuve dando gracias a Dios constantemente, por tantos dones y bendiciones. Porque TODO ES GRACIA.

En resumen, he podido ser testigo de cómo la PEJ transformaba a Laura. Y poder acompañar a Laura y ser una peregrina más con ella y con tantos jóvenes también ha sido una experiencia transformadora para mí.

Porque, en la fe, siempre estamos en camino…

María José Monzón y Laura Dolz

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