RAQUEL LUCEA ESTÉBANEZ (21 años).

DIÓCESIS DE ZARAGOZA

Vivir una JMJ es algo extraordinario, yo fui con muchas expectativas y todas fueron superadas.

Una de las características principales de este tipo de encuentros es la pluralidad de las personas que asistimos, hablamos diferentes lenguas, tenemos diferentes costumbres, pero lo más importante es que todos hemos sido convocados por el Señor y Él se hace presente en cada paso que damos durante la peregrinación.

Podríamos quedarnos solo con las risas, los cantos, las charlas, incluso con la lluvia y las largas caminatas y habría sido un buen viaje donde conocimos a muchísimas personas, hicimos grandes amistades y visitamos lugares espectaculares. Pero la JMJ es mucho más cuando te dejas guiar por el Espíritu Santo y abres tu corazón, pues descubres en el resto de peregrinos a auténticos hermanos en la fe, los cantos se convierten en oración, ves muestras de la misericordia de Dios en la manera de acoger de los voluntarios y en las familias polacas que nos abren sus casas y nos tratan como a un hijo más. Una peregrinación así no puede dejarte indiferente y en mi caso no lo hizo, volví a casa con muchas cosas que procesar y orar, sobre todo las palabras que nos dirigió el Papa Francisco a cerca de transmitir la alegría que recibimos de Cristo y amar la vida, porque no podemos ser jóvenes “jubilados”, tristes y aburridos. Ahora que comienza el curso es el momento de pasar a la acción y de que los demás vean en ti la luz que solo da la fe.

 

NACHO DUEÑAS HERNANDO (21 años)

DIÓCESIS DE ZARAGOZA

Cuando les propuse a unos amigos ir a la JMJ, lo hice pensando que, aunque tenía que vivir esa experiencia, no iba a estar cómodo, y que por mi forma de ser no iba a encajar del todo en un evento como este. La sorpresa no tardó en llegar, y es que desde el primer día me di cuenta de que me equivocaba y que iba a vivir una experiencia única en mi vida, cientos de españoles llenando catedrales por Europa al grito de “yo soy español”, cantando y haciendo vibrar sus cimientos movidos por un sentimiento compartido. Cada día había más gente y la felicidad y alegría de las calles se hacía más y más presente. Una vez llegados a Polonia, sus ciudadanos brillaban por su hospitalidad, y es que todas y cada una de las familias de acogida lo dieron todo para que estuviéramos como en casa, dando una autentica lección de fe y compromiso.

Cuando llegamos a Cracovia, sede de la JMJ, las banderas hondeadas por jóvenes de todas las partes del mundo te hacían ver la magnitud de lo que allí se iba a celebrar. Dos millones de jóvenes de 184 países, juntos, unidos en la oración ante una misma cruz, una misma fe y una misma palabra. Y es que para mí la JMJ ha sido un Pentecostés multitudinario, ya que al igual que en Pentecostés, el espíritu santo bajo entre nosotros, y por medio de la palabra, escuchada cada uno en su lengua, nos envió por el mundo a transmitir lo allí vivido.

Ahora ya en España, me piden que, de testimonio, y así lo hago. Si formas tu opinión de una JMJ con respecto a lo que ves en las noticias solo te vas a quedar con el 5% de lo que realmente es. Y es que en las noticias no te hablan de las familias, ni de los festivales, ni de las plazas llenas de jóvenes cantando, bailando y gritando, ni te transmiten la fuerza que realmente deja en cada peregrino. He vuelto con nuevos amigos de diferentes partes de España y del Mundo, yo puedo decir que algo ha cambiado en mi vida y os invito a que vayáis a una JMJ, de verdad os aseguro que no decepciona.

Yo he vivido la mejor experiencia de mi vida y ya cuento los días para ir a Panamá. La iglesia es joven, es alegría y es fiesta, ahora sé porque llamamos celebración a la eucaristía, y es que realmente lo es. No temas vivirlo, pues no te arrepentirás.

 

 

ÁNGEL MANUEL LAGUNA LABORDA (20 años)

DIÓCESIS DE ZARAGOZA

Yo crecí en una familia que siempre se preocupó de que fuese a la iglesia, pero la JMJ me pilló en un momento en el que lo estaba pasando un poco mal, estaba hecho un lio con mi vida y me preocupaba con mi situación tanto a nivel de estudiante como de vida social. Esto hacia que empezase a dudar también de mi vida religiosa. Por eso, cuando me propusieron el viaje a Cracovia, estuve cerca de rechazarlo. Pero, tras darle mil vueltas en mi cabeza, me apunté. Esto fue aproximadamente por septiembre. Mentiría si dijese que una vez inscrito se disiparon mis dudas acerca de ir al viaje. A partir de ahí empezaron reuniones informativas y de preparación del viaje y de los distintos eventos que, desde la organización, nos pedían que preparásemos; y con cada ocasión en la que nos juntábamos y con cada pago que realizaba yo volvía a pensar irremediablemente en “pero y si…”. Lo cierto es que me aterraba la expectativa de hacer tal viaje y de todo lo que podía salir mal. Pero por mi experiencia en un evento a menor escala, el Encuentro Europeo de Jóvenes en Ávila, me asustaba de igual manera la posibilidad de perdérmelo. De modo que, entre unas cosas y otras, yo retrasaba cada vez más el decir que no iba; hasta que llegó el día.

El viaje fue, si tuviera que resumirlo, en una palabra, intenso; tanto a nivel personal como a nivel espiritual. En el grupo de la Pastoral Juvenil de Zaragoza con el que fui éramos 71. De modo que tras medio mes conviviendo en un viaje de esta índole, es inevitable llegar a hacer grupos de amistades más duraderos que el propio evento. Eso sumado a toda la gente de otras ciudades y países que conocimos y, sobre todo, a las familias polacas que nos abrieron la puerta de sus casas y nos acogieron como a un familiar; llegando incluso a dormir en el sofá o en el suelo para que nosotros pudiésemos tener una cama, además de una comida caliente y una ducha. A nivel espiritual, evidentemente, estaba todo preparado para que dispusiéramos de, mínimo, un par de momentos de oración al día. Y aun existiendo estos momentos, muchas veces nosotros nos buscábamos nuestros momentos adicionales: una oración interior en la visita a Auschwitz o alguna iglesia local que nos encontrásemos de camino. Y realmente el ambiente y la situación lo merecían. Ya solo el hecho de ver a dos millones de personas, que han salido de sus casas y sus países, viajando kilómetros y kilómetros, peregrinando, reunidos en un mismo lugar, acampando a la intemperie en mitad del campo, para velar y orar todos juntos. Es una visión que hace que se ten encoja el corazón; y que, aun si el resto del viaje no hubiese sido lo genial que fue, habría hecho que valiese la pena el camino.

 

 

 JOSEBA GUAJARO LIZARBE

DIÓCESIS DE ZARAGOZA

Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,3)

 Sin tener noción de lo que realmente era una JMJ, decidimos adentrarnos en esta peregrinación. Desde hace tiempo nos rondaba la idea de una oportunidad única, pero fue a finales del año pasado cuando decidimos iniciar esta aventura. Indudablemente iba a ser una gran experiencia, pero los nervios siempre estaban presentes. Fue la primera vez que asistíamos a un acto de este tipo y ninguno de los tres nos lo podíamos imaginar.

Nada más salir de Zaragoza nos sentimos muy acogidos por nuestros compañeros de viaje. La primera parada fue en Berlín donde nos reunimos con varios jóvenes españoles. Al día siguiente partimos a Dresde donde todos juntos celebramos la Eucaristía y seguidamente fuimos a Praga. Allí tras visitar la ciudad y comer unas cuantas salchichas, nos dirigimos a Polonia donde realmente comenzaron los días en las diócesis de la JMJ. Estos días nos acogieron 3 familias en las que vimos reflejada la misericordia de Dios, la acogida fue espectacular: los primeros tres días estuvimos en Koscian. A pesar de no hablar el mismo idioma, su amabilidad y entrega estaban a la altura de la de nuestros abuelos cuando vamos a visitarlos. Es aquí donde vimos que el lenguaje de la fe era universal. La comida, aunque algo diferente, las actividades y las excursiones no faltaban. Las segundas familias acogedoras estaban en Poznan y los últimos días nos recibieron en Bochnia.

Llegado el día 25, día de Santiago, unos 10.000 de 30.000 españoles nos reunimos en el santuario de la Virgen de Czestochowa, donde celebramos la Eucaristía a las 2:30 de la tarde, presidida por Mons. Ricardo Blázquez (presidente de la Conferencia Episcopal), en el mismo altar en el que San Juan Pablo II presidió la JMJ hace 25 años. Tras la misa los “ole” a la virgen del Rocío y canciones de música actual hicieron posible olvidar el sofocante calor. Una vez finalizada la jornada nos acercamos a Poznan, donde durante dos días tuvimos momentos de oración, meditación y baile. El día 27 nos dirigimos a Bochnia, la última ciudad. Allí todos los días por la mañana asistíamos a las catequesis dirigidas por obispos de todo el mundo; una vez finalizadas comenzábamos con la Eucaristía. Rápidamente cogíamos nuestros picnics y nos dirigíamos a Cracovia; el primer día fue la acogida y discurso del papa, el viernes 31 asistimos al vía crucis en el parque Blonia de la ciudad. El fin de semana nos dirigimos al Campus Misericordiae, donde vivimos la vigilia y la adoración al Santísimo. 3 millones de jóvenes dormimos en un mismo parque para celebrar la misa final oficiada por el Santo Padre. Una vez finalizados los actos partimos a la Viena monumental, visitamos la ciudad y celebramos la Eucaristía en la catedral de San Esteban, preparada por el grupo de Zaragoza. Las fuerzas ya flaqueaban y para finalizar el viaje regresamos a Berlín, donde visitamos la ciudad y celebramos la última misa con los pocos grupos que quedábamos de la Conferencia Episcopal.

JMJ, UNA AUTÉNTICA PEREGRINACIÓN ESPIRITUAL

Todo lo anterior no han sido más que anécdotas, pero sin duda este viaje nos ha marcado espiritualmente. Como bien dice nuestro amigo Jotabé (sacerdote y responsable de la pastoral juvenil de Zaragoza) los días de la JMJ han sido una “oxigenación espiritual”, hemos estado realmente acompañados y nos gustaría transmitiros todo aquello que hemos sentido, por eso estamos a vuestra entera disposición.

Sabemos que ser cristianos en los tiempos que corren es difícil, por eso os decimos que no nos quedemos callados, que ¡Jesucristo está más vivo que nunca!  y que no hay nada más bonito que transmitir la alegría del Evangelio. Antes de nada nos gustaría dirigirnos especialmente a las abuelas y abuelos. Vosotros sois una fuente de sabiduría y queremos que esa fuente no se seque sino que se convierta en río, por tanto hablad con vuestros hijos, nietos, amigos y familiares, proclamad la misericordia y la grandeza de Dios. La historia de hoy nos pide que defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro. Jesús quiere que nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de creación y de testimonio. Cuando el señor quiere algo de nosotros, no piensa en lo que somos, en los que hemos sido, o en lo que hemos dejado de hacer, al contrario Jesús está mirando todo el amor que somos capaces de contagiar, él siempre apuesta al futuro. Dios nos ama tal y como somos y no hay defecto que le haga cambiar, nadie es inferior, todos somos únicos ante sus ojos.

Amigas y amigos, no tengáis miedo de presentarle a Jesucristo vuestros pecados en la confesión, él os sorprenderá con su perdón y su misericordia. Jesús quiere entrar en nuestros corazones. Era impresionante observar como las autopistas que llevaban al Papa estaban llenas de jóvenes para celebrar todos, una misma fe, una misma alegría, en resumen; celebrar que Cristo resucitado está con nosotros.

Queridos taustanos y taustanas, puede que nos juzguen por querer un mundo nuevo, donde no exista el egoísmo y la guerra y donde exista el amor y la paz, pero nunca os rindáis y os desaniméis, no os de miedo decir que amáis a Jesucristo, él está con vosotros. Y que mover a 3 millones de jóvenes solo lo hace la fe en nuestro padre, que es fuente de amor y de cariño. ¡Ánimo amigas y amigos! a evangelizar el mundo, que nuestra madre la Virgen de Sancho Abarca también está con nosotros.

Un caluroso abrazo,

Ana, Esther y Joseba.

 

GALERÍA DE FOTOS DE LA JMJ 2016

 

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