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Voy a compartir alguna experiencia, o más bien vivencias de este verano. Con ocasión de organizarse la III Asamblea de Acción Católica General (ACG) en Santiago de Compostela, nos ofrecieron hacer un camino de Santiago especial.

En lugar de tener este año campamento de jóvenes de ACG en Virgen Blanca, podíamos coger la mochila y unirnos al camino de Santiago portugués junto con muchos jóvenes de toda España. La actividad estaba abierta a las delegaciones de pastoral juvenil, y era una ocasión de vivir la comunión que debe existir entre la ACG y la diócesis. No iba a ser un campamento más, ni el camino de Santiago en pequeño grupo que hemos hecho otras veces… pero iba a ser una experiencia.

Experiencias como las vividas en campamentos o colonias. ¿Quién no recuerda una noche estrellada en el campamento? ¿Quién no se ha sobrecogido al subir a la cima de una montaña y parece que se te llenaba la vida de energía? ¿Quién no ha llorado en una despedida, hasta el año próximo, o hasta el ruido de la ciudad? Muchos recordamos alguna de estas experiencias como significativas en nuestra vida. Todos tenemos una riqueza de experiencias espirituales, estéticas, sociales, deportivas, reli­giosas, etc., para evocar. Analizándolas, habréis podido intuir lo que supone vivir una expe­riencia así. No es algo puramente subjetivo, nacido de la propia fantasía, es una experiencia vital que parte de la vivencia de una realidad objetiva exterior que a veces puede ser sencilla, pero con una carga de atracción capaz de poner en movimiento los afectos y la voluntad de la persona ante la que se pre­senta. Ante ella nos sentimos atraídos y polarizados, como movidos y llevados en vilo de tal forma que todo nuestro ser vibra al unísono, se pone en movimiento y se dispone a reaccionar. La experiencia, pues, no es una verdad, ni una deducción, sino algo vital que se padece en la propia carne. Pero esta vivencia hay que acompañarla y ayudar a que forme parte de nuestro proyecto de vida cristiano.

Y esto es lo que, en parte, como sacerdote y consiliario diocesano de ACG me ofrecí a realizar en estos días. A otros, animadores y sacerdotes, les corresponderá crear cauces de acogida en las propias parroquias y ofrecer acompañamiento a los jóvenes que han participado en la actividad. Es verdad que hay unos pocos jóvenes, con una opción de vida cristiana ya hecha que durante el curso se encuentran más solos en sus parroquias, y esta actividad les ha servido para cargar pilas, y animarse desde el encuentro, la oración y la fiesta. A otros más jóvenes, será una experiencia más, pero que si no se acompaña se quedará en el recuerdo y no servirá como alimento de vida y fe.

Y han sido muchas experiencias vividas que merecen la pena acompañar: ratos de camino con tranquilidad y otros más acompañado, con charlas de abrir el corazón e incluso alguna confesión informal que surgía natural. Ratos de oración, de todo tipo, más viniendo de Fátima con la importante carga emocional que supuso para muchos. O los ratos de colas para comer o poderse duchar, que tomábamos con una sonrisa y paciencia, sabiendo que al final nos llegaría, aunque a veces fuera… otra vez arroz. Pero dando gracias por los voluntarios y como nos ayudábamos unos a otros. A veces recordábamos a los refugiados que tienen que esperar mucho más para comer o ir al baño, y a veces no tienen asegurada la vuelta a casa en unos días. O la alegría de llegar a Santiago, con cánticos, alegría y aunque no fuera una marea amarilla reivindicativa, sí que queríamos reflejar la alegría de un camino que no son kilómetros, ni horas de camino, sino vivencia compartida, que ha sido de fe y que nos fortalece para nuestra vuelta a casa, a nuestros trabajos y compromisos en las parroquias. Hemos hecho nuevos amigos, que además descubrimos hermanos en la fe.

Esto es lo que nos pasa en los campamentos, son ocasiones especiales que nos acercan al Padre. La vivencia estética de la naturaleza, que maravilla de paisajes gallegos… la vivencia social y comunitaria, casi política al vivir en comunidad y ofrecernos a recoger y reciclar el cartón, o la comida que sobraba para que otros pudieran aprovechar… o incluso desde el roce cotidiano, al trabajo compartido o la caminata que nos permite abrir el corazón.

Merece la pena participar y acompañar las vivencias de estos jóvenes. Pero que no se quede solo en estos días, tenemos que acogerlos, acompañarles, darles protagonismo en nuestras parroquias y grupos cristianos… durante todo el curso. Merece la pena y ellos se lo merecen. Son lo mejor del camino, conocerlos y poder acompañar la vida del Espíritu que camina con ellos. Ahora a trabajar durante el curso, para que sigan creciendo y dando fruto. Como decíamos… Buen Camino.

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